Recuerdo los días cuando corría, cuando jugaba, cuando sentía el calor de la vida. Ahora solo quedaban recuerdos de aquellos momentos felices. Pero en el fondo, algo me decía que debía esperar, que no todo estaba perdido, que alguien volvería por mí.
El hambre me mordía el estómago y la sed me quemaba la garganta, pero mis ojos seguían mirando la entrada, esperando una figura familiar, un gesto de cariño que ya había olvidado. Las sombras del día se alargaban y las noches se volvían más frías, pero seguía ahí, tendido en el suelo, sin moverme, esperando.

A veces, las personas pasaban, algunos me miraban y sus ojos se llenaban de tristeza, otros simplemente seguían su camino, sin detenerse. Pero aún con esas miradas indiferentes o compasivas, yo seguía esperándolos. En mi corazón aún vivía la esperanza de que regresaran, que no me habían dejado atrás definitivamente.

El frío me hacía temblar y el dolor se hacía cada vez más insoportable. No podía levantarme. Estaba agotado, pero mi corazón, ese fiel y leal corazón, seguía esperándolos. Las horas se convirtieron en días, los días en semanas, pero mi esperanza no se desvaneció. A veces, sentía que mi cuerpo ya no podría más, pero mi alma, esa que no conoce el abandono, me impulsaba a seguir. No podía rendirme.
¿Saben qué es lo que me mantiene aquí, en este rincón solitario, sin poder moverme? No es solo la esperanza, es el amor que nunca me dejaron de enseñar. Ese amor que no pide nada a cambio. El amor incondicional que cada perro lleva dentro. Porque, aunque mi cuerpo esté roto, mi corazón sigue latiendo por ellos, por quienes me dejaron aquí, esperando.

En algún lugar, muy dentro de mí, sigo creyendo que alguien regresará. No importa el tiempo, ni las cicatrices que haya dejado este abandono. Mi lealtad, mi amor, son más grandes que cualquier dolor. Y aunque los humanos a veces fallen, el corazón de un perro sigue siendo el más puro de todos.
Nunca dejaré de esperar, porque aún en el abandono, en el frío y en la tristeza, mi amor por ellos sigue intacto. 🐾💔