En las bulliciosas calles de la ciudad, un perro callejero de pelaje desaliñado y ojos suplicantes se sienta día tras día frente a un popular restaurante de pollo asado. Su estómago vacío le hace gemir de necesidad, y sus ojos, llenos de tristeza y anhelo, escudriñan cada movimiento que ocurre dentro del establecimiento.
“¡Tengo mucha hambre, dame un trozo!”, parece implorar con su mirada y sus lamentos silenciosos. Pero a pesar de sus ruegos mudos, los transeúntes y los clientes del restaurante lo ignoran, como si fuera invisible. Solo algunos le lanzan miradas compasivas, pero nadie se detiene para ayudarlo.
El perro, sin embargo, no se rinde. Cada día regresa al mismo lugar, esperando que alguien le ofrezca un poco de comida. Observa con envidia cómo los comensales disfrutan de su suculento pollo asado, mientras él apenas puede soportar el hambre que le carcome el estómago.
La escena se repite una y otra vez, hasta que se convierte en parte del paisaje urbano. El perro callejero se convierte en una figura familiar para los habitantes del vecindario, pero su presencia pasa desapercibida para la mayoría. Es solo otro animal abandonado, una parte invisible de la ciudad.
Sin embargo, para aquellos que se detienen a observar, su situación inspira compasión y tristeza. Es un recordatorio vívido de las desigualdades y la crueldad que existen en el mundo, donde algunos tienen más que suficiente mientras que otros luchan por sobrevivir cada día.
“¡Qué pena!”, susurran algunos al pasar, con un nudo en la garganta y un pesar en el corazón. Pero pocos hacen algo al respecto. La rutina continúa, el perro callejero sigue esperando y el restaurante de pollo asado sigue siendo un lugar de abundancia para algunos y de desesperación para otros.
En las calles de la ciudad, la historia del perro callejero hambriento se pierde entre el bullicio y la prisa de la vida cotidiana. Pero su sufrimiento no se olvida fácilmente. Es un recordatorio constante de la importancia de la compasión y la empatía hacia aquellos que estáп menos favorecidos, incluso cuando sus voces son tan silenciosas como los gemidos de un perro hambriento en la noche.