La cueva era un útero de oscuridad, su silencio sólo se escuchaba con el eco de mi propia respiración y el roce de mi pala. Toda una vida de leyendas y mapas me habían conducido hasta allí, a este laberinto subterráneo. El aire estaba impregnado del olor a tierra húmeda y piedra antigua, una mezcla fuerte que alimentaba mi determinación.
Entonces, sucedió que la pala chocó contra algo sólido, algo que no era roca.
El corazón me latía con fuerza en los oídos mientras cavaba en el foso. Salieron volando escombros y suciedad que me impedían ver. Con un último y desesperado tirón, saqué un objeto brillante.
Era un cofre cuya superficie estaba adornada con intrincados grabados. Se me hizo un nudo en la garganta cuando abrí la tapa.
En el interior, un mundo de oro y piedras preciosas se desplegaba ante mí. Monedas del tamaño de la palma de mi mano llevaban las huellas de una antigua civilización. Collares y pulseras, elaborados con exquisito detalle, brillaban a la tenue luz de mi linterna. Era un tesoro inimaginable, un testimonio de una era pasada de opulencia y poder. Un escalofrío me recorrió la espalda cuando me di cuenta de la magnitud de mi descubrimiento. Estaba esperando en esta cámara subterránea, como guardián de un secreto que podría cambiar el mundo.